Sobre 'Sombras y niebla' ('Shadows and Fog', Allen, 1991)

 

Última cinta del apogeo de Allen, antes del abismo profesional y afectivo.

Fuente: https://www.filmonpaper.com/posters/shadows-and-fog-one-sheet-usa/


Artículo publicado originalmente en Kinetoscopio n.º 87, el especial que dedicara la revista al gran cineasta neoyorquino.


LA MUERTE BURLADA


Filmada en el ocaso de su romance con Mia Farrow, y también al final de su relación con la empresa productora Orion, Sombras y niebla (Shadows and Fog, 1991) es una cinta que caracteriza la obsesión de Allen con la muerte de una manera que, por su muy refinada estilización, constituye por sí misma una respuesta conmovedora a esa ansiedad.

 

Inspirada en una de sus obras teatrales más famosas, titulada precisamente Death, la película no es sólo un homenaje al cine expresionista alemán, o al Bergman de Noche de circo (Gycklarnas Afton, 1953) y El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957), sino también una obra que, con el perfecto acabado que identifica a Allen, exalta al más ingenuo afán vital de los seres humanos en contraposición con una realidad social y existencial adversa.

 

Así, la película tiene sus correspondencias con otras cintas de Allen –sobre todo La rosa púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985)– en las que la ilusión que nos brinda el arte logra hacerle un quite a las duras condiciones en que vivimos. Lo especial es que en Sombras y niebla esas condiciones son retratadas en la figura explícita de un estrangulador que asola una ciudad en la noche, elevándolo a él, y al temor que produce en todos, a niveles simbólicos que no son nada más los de la cinta, sino los que la realidad le otorga.

 

Cada quien ve en el asesino lo que teme, y reacciona ante su amenaza de acuerdo con sus intereses.

 

Kleinman, el funcionario asustadizo que protagoniza la película, no es muy distinto de los demás en este sentido, pero su cobardía parece ser una respuesta más humana que los falsos envalentonamientos de las diversas facciones que surgen para acabar con la bestia, y que exigen a cada ciudadano tomar partido porque, si no lo hacen –o así lo hagan–, se les tomará como cómplices, como enemigos…

 

La pasión de Kleinman por el arte del mago Almstead no es más que un escapismo, y la película no pone en ella una esperanza pragmática sino puramente espiritual, lo cual le da a la emoción estética y a la ilusión una dignidad indestructible.

 

Sombras y niebla, estructurada con el acostumbrado esquema aristotélico que Allen emplea en todas sus películas, tiene espacio para mostrarnos también a una pareja de artistas de circo que deben asumir su trabajo con todo lo que implica en la realidad que los circunda y que los constituye.

 

El amor entre ellos se muestra con toda su ardua complejidad, que no debía ser muy distinta a la que vivían Allen y Mia Farrow, y establece una diferencia irreconciliable entre la pasión carnal y el afecto profundo, disyuntiva que acaso nada más un hijo pueda resolver.

 

El sentido de la vida no parece alcanzable sino apostándole al propio misterio de la existencia, y la realidad externa no se ve sino como una especie de engaño en el que no hay que creer del todo. Lo que parece salvarnos no es sino una oportunidad provisional, ya sea el arte o el amor, pero es suficiente para hacer caso omiso de la estupidez social y del miedo a la muerte.

 


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